El arquitecto veía en el color negro la mejor vestimenta para que esta casa se mimetizase en el paisaje y no compitiese con los colores de la naturaleza. Pero Martín Gómez perdió la partida ante los entusiastas propietarios, ellos querían color, y no un color discreto, rayas blancas y turquesa como en las antiguas casetas de baño europeas. A esta deliciosa osadía se une el espacio fluido, con grandes aberturas.
Una casa abierta, sin límites ni fronteras que coarten la mirada. Los recios muros de piedra son la base que mantiene la casa pero nada más. Es una casa que respira libertad e independencia. La elección de las franjas en blanco y turquesa puede ser discutible para algunos pero es la elección de sus propietarios. Y estamos hablando de libertad.
La madera de eucalipto con su color gris pálido contrasta con la viveza del turquesa y la luminosidad del blanco de las paredes. La casa se distribuye en dos grandes partes, separadas físicamente por los pasillos y las balconadas. Dos bloques independientes, uno acoge la zona íntima, el dormitorio de la pareja propietaria y el otro bloque la zona social conformada por la sala de estar y la cocina totalmente abiertas al exterior.
Las zonas de la cocina y el asador junto a la terraza de la piscina forman un espacio continuo, apenas separado por elementos fijos. Las grandes cristaleras son la única división entre las distintas zonas sociales. La madera y la piedra junto al agua de la piscina y el fuego del asador, como si fueran una representación de los cuatro elementos clásicos que componen el mundo. Aire, tierra, agua y fuego.
Vitalismo, pasión por la vida, naturaleza y libertad. Son las sensaciones que transmite esta casa. Una casa de playa en Punta del Este, poco menos que un trocito de Paraíso…
Fotos: casa.abril.com.br